SENDA A LO DESCONOCIDO

E

(Tres Lagunas)

*Juan José Siani Alvarado – Investigador comunal CIPTA

¿Edén? Es una pequeña comunidad indígena Tsimane’ sobre las faldas de un imponente cerro y a orillas del arroyo el “Tigre” a la que accedimos en movilidad, porque no es “ahisito”, como algunos dicen en el lugar donde iniciamos un día antes con planificaciones sobre las actividades a realizar. Y es ahí mismo donde comienza la curiosidad: ¿tres lagunas?, ¿dijeron tres lagunas?, a ese lugar entonces hay que ir. ¿Cuánto tiempo?, cuatro horas de ida y cuatro horas de vuelta. Dudé un poco, pero ya no podía retractarme, así que lo volvimos a confirmar con el guía, corregidor de la misma comunidad, Dionisio Nate.

Iniciamos el ansiado recorrido junto con Milton (investigador comunal de la OCITB), no sin antes realizar el bolo, mientras el guía iba a traer su escopeta por si aparece el tigre. Comenzamos atravesando una, otra y otra vez el arroyo El Tigre. No sé exactamente cuántas veces lo cruzamos en el trayecto, perdí la cuenta. Caminar entre agua y piedras resbaladizas y filosas les hizo acordar a mis pies para que fueron hechos. A escasos 15 minutos de la comunidad observamos en el arroyo una piedra con líneas horizontales cruzadas. ¿De qué es?, no lo sabemos.

Piedra con líneas entrecruzadas en medio del arroyo. Fotografía: Juan José Siani.

Caminamos por dos horas sin parar entre pequeñas subidas y bajadas, entre el monte y el arroyo, trepando enormes piedras, pero lo curioso fue que nosotros dos lo hicimos con botas de goma, pero don Dionisio, en “chinela”[1].

Llegamos al comienzo de las subidas más altas para llegar al objetivo. Descansamos durante 30 minutos mientras tomábamos agua, estirábamos las piernas y cambiamos el bolo[2], sin imaginar que para nosotros dos se venía lo difícil, algo que para Don Dionisio era normal, como un paseo.

Empezamos el ascenso de por lo menos tres cerros que, entre el cansancio y las ganas de seguir, no pude contar bien. Don Dionisio, con la escopeta en un brazo y su chinela en el otro, subía como si todo fuera plano, como si la subida fuera unos cuantos metros. Cada 10 metros era un descanso para tomar agua, recuperar el aliento, descansar las piernas y tomar impulso para seguir cuesta arriba. Cada vez que parábamos en la senda, de no más de 1,5 metros de ancho, me preguntaba: ¿cómo hacían las personas de otras comunidades para llegar a Edén con carga por esta senda tan angosta, con alturas de más de 150 metros? Me quedaba quieto y pensaba en regresar. Pero ¿cómo, si no había mucha fuerza ni para ir para delante ni para atrás? 

Pero teníamos una misión, la de llegar a las “tres lagunas”. Después de más de una hora de subidas, de repente se escuchó “¡llegamos!”. Pero era a la cima del cerro. De ahí había que caminar unos 30 minutos más, hasta llegar a la primera laguna. Don Dionisio se detuvo en un barranco mostrándonos la primera laguna. Descendimos hasta la orilla. El agua era de color verdoso con árboles caídos, como si ya estuviera empezando a secarse. Los lagartos cruzaban el lago de banda a banda en busca de comida. Sacamos fotos y coordenadas con GPS y continuamos el recorrido hacia la otra laguna.

Primera laguna. Fotografía: Juan José Siani.

La segunda laguna estaba a 20 minutos de la primera. Era de mayor tamaño, con agua de tono café. Al igual que en la primera, había una gran cantidad de lagartos como protectores de algún tesoro oculto en su interior. Nos quedamos un momento a observar mientras los lagartos nadaban y esperaban —tal vez— a que alguno de nosotros entrara al agua.

La tercera laguna era un poco más grande que las otras dos. El agua tenía un tono café como la segunda laguna y con los mismos protectores de algo desconocido, los “lagartos”, que sin miedo emergían del interior al escucharnos hablar. Al llegar, un par de “sicuris”[3] de dos metros de largo aproximadamente se lanzaron al agua al escucharnos. Nos acomodamos a unos 20 metros de la orilla del lago por recomendación de Don Dionisio, porque se cuenta que, estando muy cerca de la orilla, el cielo empieza a nublarse, comienza a ventear y a caer rayos.

Lo primero, la ch´alla[4] con coca, cigarro y alcohol, para que el dueño del lugar no se enoje y no nos cause fiebre, dolor de cabeza, de cuerpo o algún otro malestar y el clima tampoco cambie. El viento sopla, el cielo empieza a querer nublarse, siento escalofríos y un leve dolor de cabeza. Debe ser por el cansancio y lo mojada que estaba mi polera a causa del sudor. Bueno, esperemos que sea eso.

Don Dionisio cuenta que había una empresa maderera acampando cerca de los lagos. Al volver del trabajo, no encontraban sus víveres, desaparecían sin dejar rastro alguno, ni huellas de persona o algún animal. A veces también se suelen escuchar gritos de personas sin poder saber exactamente de dónde vienen esos sonidos.

¿Y el almuerzo? Es hora de sacar el tapeque[5], pero quedé cansado, no tenía hambre, solo sed. En cambio, Don Dionisio tenía más hambre que sed, así que le ofrecí mi almuerzo. Ya mis piernas se sentían cansadas, mientras que él era capaz de ir y volver las veces que quisiera. Después de la ch´alla, el almuerzo, la entrevista, cuentos de hechos sobrenaturales, llegó la hora de regresar a la comunidad.

Piedras cuadradas a lo largo del camino, como si hubiesen sido acomodadas. Fotografía: Juan José Siani

Eran las 2:00 pm. Decidimos regresar por otro lado, sin tantas subidas ni tantos arroyos y piedras. En sí, “un camino más corto”, que no fue tan corto que digamos. Había que pasar por sendas tapadas, por debajo de árboles caídos, escalando pequeños cerros. De vuelta, un paisaje diferente en la cima de algunos cerros. Piedras grandes de forma cuadrada como si algo o alguien los hubiera acomodado. ¿Cómo llegaron?, no lo sabemos.

Continuamos caminando. La sed nos ataca. Hay que tomar un descanso, pero primero había que llegar a un arroyo. Descansamos y saciamos la sed, por lo menos por un momento, porque el recorrido que faltaba era muy largo. Las piernas dolían, temblaban, pero había que seguir. Don Dionisio, aún con chinela en mano, caminaba con el mismo ritmo con el que empezó. Caminamos la cima de un cerro hasta llegar a un lugar desde el cual se tiene que descender, donde las piernas parecen desprenderse del cuerpo, donde solo dejas que te lleve la gravedad, vas de prisa sin quererlo. De pronto llegas a ese lugar donde la vista cambia, un paisaje único donde el viento sopla y refresca el cuerpo. A lo lejos se divisa una comunidad ¿Edén?, creo que no, lo que sé es que este paisaje es único. Tanta belleza natural vista desde aquel punto que muchos envidiarían, y a mí me tocó verla.

Vista desde el cerro. Fotografía: Juan José Siani

Al otro lado, en otro cerro, se observa una formación rocosa que ellos llaman “El sacerdote”. Pareciera que extiende sus brazos, esperando que alguien, algún día, lo visite.

Continuamos el camino, seguimos bajando, una bajada tras otra por sendas que no eran sendas, pero el objetivo ahora era llegar a la comunidad. Cuando de repente llegamos a un camino ya conocido. ¡Por fin llegamos al arroyo que al comienzo cruzamos una y otra vez! La comunidad ya está cerca, se siente el alivio de llegar sanos y salvos, cansados, pero sanos.

Comunidad Edén. Fotografía: Juan José Siani

Son las 6:15 pm., último cruce de arroyo y, por fin, después de más de 6 horas de caminata, nos dimos cuenta que el camino más corto resultó ser el más largo. Me saco las botas, dejo que mis pies se refresquen. Me recuesto, me levanto de nuevo y veo los cerros a la distancia y me pregunto —¿cómo pude caminar tanto?, escalando cerros, cruzando arroyos, subiendo enormes piedras, resbalándome por ratos, con sed, con piernas que parecía que ya no formaban parte de mi cuerpo, cargando una mochila que por el cansancio parecía que cargaba piedra. Pues, por curiosidad, como dicen. Mientras no lo veo, no lo creo. El querer encontrar algo que no perdí, o que alguien olvidó y no volvió a recogerlo. La cosa es que si me dijeran —Vamos a las tres lagunas, lo pensaría un momento, pero la respuesta sería —“¡Vamos!”, por la senda de lo desconocido.


[1] Forma común de decir: Sandalia

[2] Bolo: Refiere a la libación de la hoja de coca

[3] Sicuri: Refiere a Serpiente. En otros lugares de Bolivia, hace referencia a los músicos que tocan el Siku (Flautas de pan) con movimientos serpenteantes.

[4] Ch`allá: refiere al acto de ofrecer alimentos y otros enseres a la tierra.

[5] Tapeque: refiere a los enseres y/o alimentos para un viaje.

*Investigador comunal CIPTA